Viviendo para Dios, viviendo para los demás


Vivimos en una sociedad egoísta, en la que los ciudadanos son alentados al individualismo. El bombardeo es continuo: Búsqueda obsesiva de la calidad de vida personal: cuidados del cuerpo y preocupaciones psicológicas. El placer es el fin último de la vida. Exigencias de libertades personales, “soy dueño de mi cuerpo”... Desarrollo de una moral de conveniencia. Opción por compromisos temporales, no por toda la vida.

El mensaje del evangelio, como siempre, va contra corriente. Ese mensaje no se reduce a palabras, la Palabra se ha hecho vivencia en Jesús, que encarna todos nuestros ideales, que es el mensajero y mensaje a la vez.

Para Jesús vivir equivale a desvivirse por los demás. No busca nada para sí: ni dinero, ni seguridad, ni comodidad, ni fama, ni poder. Porque el Hijo del Hombre no vino para ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos” (Mc 10,45).

Jesús nunca está centrado en sí mismo, sino en su Padre. Y justamente su vivencia del Padre Dios es la que le convierte en servidor incondicional de los hijos del Padre, sus hermanos.

Si buscamos como cristianos el sentido de la vida en Dios, sólo lo encontraremos recordando que fuimos creados a imagen de Dios, y que la esencia de Dios es amor. Jesús vivió para amar y servir a Dios, para amar y servir a los demás.

Vaciados de nosotros mismos, viviendo para Dios, viviendo para los demás, encontramos nuestra razón de ser.