Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan… Mateo 5:11-12
El martes tuvimos una reunión estupenda de mujeres en la que meditamos acerca del amor a los enemigos recogido en el Sermón del Monte. Pensar en las implicaciones que esto tiene casi nos da vértigo. ¿Amar al que te hace mal? ¿Amar el que te persigue?
Todos somos capaces en nuestra vida diaria de identificar a personas que, en alguna medida nos han hecho daño. Por razones laborales, de vecindad, por competencia. Pero además los cristianos tenemos una razón más para tener enemigos: nuestra fe.
Una mujer presente en la reunión comentó que desde que se convirtió, hace unos meses, tiene problemas con un grupo de amigas con las que desayunaba en su trabajo, y esta misma semana le han pedido que no vuelva a reunirse con ellas. El motivo es que ella está muy cambiada y ya no ve bien la moral que practican, las conversaciones que tienen, y la vida que llevan. Antes era una más, ahora no.
El Señor se lo avisó a sus discípulos: “Y seréis aborrecidos por todos por causa de mi nombre…El discípulo no es más que su maestro, ni el siervo más que su Señor” Mateo 10:22,24.
Ser perseguido como el Señor lo fue es una honra para el discípulo. En medio de la aflicción de las circunstancias, el discípulo está gozoso, no porque sea masoquista, sino porque “Si somos muertos con él, también reinaremos con él; si sufrimos, también reinaremos con él” 2ªTim 2:11-12