Cuando vemos alguna persona detenida largo tiempo, sin hacer nada o, al contrario, moviéndose pero desa2nadamente, yendo de una lado para otro, nos llama la atención. Casi sin darnos cuenta nos preguntamos qué andará haciendo o qué estará esperando.
Si después de un tiempo, llegamos a la conclusión de que no está esperando nada o que simplemente se mueve a tontas y a locas, inmediatamente inferimos qué esa persona no está bien, o es un chiflado.
Y no andamos del todo desencaminados, porque si hay algo que caracteriza al ser humano es justamente moverse con sentido, tener una intención, una dirección en sus actos, en sus esperas. Es algo inherente a la criatura humana: vivir de intenciones, de motivos, de horizontes, de fines.
Es pues la finalidad, el motivo, el bien que pretendo alcanzar lo que me lleva a pensar en la acción y realizarla. El fin es lo que da nervio y fuerza a los medios que empleo para intentar conseguirlo. La causa de las causas.
Pero el fin es algo más que eso: el fin es lo que define la realidad misma de las cosas. Cuando uno ve un aparato extraño inmediatamente se pregunta para qué sirve, que finalidad tiene. Si sirve para lavar los platos es un lavavajillas; si su fin es afeitar se trata de una afeitadora; si su objetivo es calentar la comida, es una cocina; si sirve para ser leído es un libro.
Lo que define a los seres, pues, es su finalidad. De ahí que cuando alguien quiere saber “qué es el hombre”, ‐y por lo tanto ‘quién soy yo’‐ tiene que preguntarse ¿para qué existe el hombre?, ¿cuál es el motivo de su existencia?, ¿por qué está en el mundo?, ¿cuál es el sentido de la vida?
La Navidad apunta como respuesta a esas y otras muchas preguntas. Apunta hacia el horizonte último, la finalidad realmente final, la ‘causa de las causas’ de la historia humana y de cada una de nuestras historias. Allí donde todo adquiere sentido, o de lo contrario, si esto no fuera así, donde la finalidad sería la tragedia y el sinsentido.
El sentido de tu vida es encontrarte con Dios, salir al encuentro del que viene hacia ti. No estás confinado a las breves expectativas de ese engaño colorista de un consumismo disparatado. Detrás de todo, en cada instante, y también al final de tu vida, se ve al Hijo del hombre venir, humilde y al mismo tiempo majestuoso, acompañado de los cán2cos angelicales que proclaman su gloria.
Pastor Julio Marañón Magallón