VOZ QUE CLAMA

El hombre de la antigüedad vivía en contacto directo con la realidad, con su prójimo, como mucho maleando su visión del mundo a través de tradiciones y costumbres, pero sus percepciones iban a acontecimientos, sen-mientos y experiencias que lo tocaban directamente. Sus tristezas y alegrías eran reacciones simples a sucesos que cercanamente y de modo concreto concernían a su vida.

Todos sabemos lo que ha significado en la vida humana el invento del alfabeto: nada menos que el comienzo de la historia. Todo aquello que solo se conservaba en la memoria y se trasmitía de generación en generación por medio de la palabra hablada, comienza a fijarse en piedras, tejas y, finalmente, papeles que permiten, al mismo -empo que no sobrecargar las memorias individuales, mantener frescos lejanos tes-monios, en su tono original.

Hoy se habla, no ya de libros y televisión, sino de la “realidad virtual” capaz de ser creada por una computadora y sumergirnos en el mundo y situación que nosotros mismos elijamos.

Ojalá desapareciera el úl-mo analfabeto del mundo, pero mucho más ojalá que el hombre de hoy pueda en su mayoría encontrar a través de la palabra de Dios, de la voz de los cristianos –a la manera de Juan el Bautista‐ a la verdadera luz. A Aquel que es la explicación de todas las cosas, al que vino a iluminar los senderos del ser humano, al que es realmente el puente mediante el cual cada uno de nosotros puede lograr aquello para lo cual ha sido creado, y que es llegar a Dios.
Todos nosotros debemos ser en esto como el “precursor”, la voz que clama en el desierto –(vs. nuestra ciudad)‐ este mundo agostado por el error, estéril en el amor, ilusorio en sus expecta-vas y mo-vaciones. Ser la voz que saca de su abstracción a aquellos que están atrapados por el universo virtual de papel y la electrónica, y volvernos a la realidad de su exis-r autén-co en compromiso y entrega a Jesucristo.

Pero, para que nuestra voz pueda orientar a los demás a la luz, también -ene que se avalada por el tes-monio. Debemos transformarnos en “testigos de la luz”, con nuestra conducta, con nuestra alegría, con nuestro escuchar y leer frecuentemente la palabra de Dios, la única que nos conecta con la realidad, con nuestra capacidad de amor y entrega, con la fidelidad a nuestros deberes, con nuestra serenidad frente a las adversidades, con nuestra mirada puesta en Jesús.

Pastor Julio Marañón Magallón